miércoles, 25 de noviembre de 2009

UN ADIOS A NOBUKO TADOKORO

Quizás nadie recuerde quién es ella. Su figura, cetrina y menguada recorriendo sutilmente las calles de Lima, estaba lejos de revelar el poder mágico que emanaba de sus manos. Parecía una hechicera buena cuya varita mágica transfigurada en un pincel, le ha dado a la ilustración infantil peruana un estilo singular, muy propio.
La conocíamos y la conoceremos siempre sólo por su seudónimo: Nobuko; porque así -simplemente- firmaba sus dibujos, sin más datos rimbombantes que nos diera una pista de cuál era su nombre verdadero.
Gustaba de tomar café y prender un cigarrillo a la manera de las mujeres libres de la década de los setentas; con esa voz que no parecía salida de garganta tan frágil, hablaba, primero de sus trabajos, luego de su vida. De lo mucho que ganó ilustrando importantes libros para niños del siglo pasado y de los desengaños que la golpearon peor que a Vallejo.
Y nosotros recordábamos nuestra adolescencia, cuando la veíamos mujer joven, más artista, cuando sus pequeños pasos subían la escalera al segundo piso del ahora inexistente local del fenecido diario La Prensa, en pleno jirón de la Unión. Ingresaba a la oficina de redacción del semanario infantil Urpi con su enorme cartapacio, de donde salían cartulinas coloridas para ilustrar las páginas del entrañable suplemento del diario que en ese entonces dirigía el maestro Walter Peñaloza.
Para ella, nosotros éramos unos niños que algún día seguiríamos su camino. Se equivocó, dejamos los lápices por el teclado.
Pasaron los años y volvimos a cruzarnos con una Nobuko más madura, en otro suplemento infantil de los que ahora ya no existen: Visión Futuro del semanario Visión Peruana que dirigía César Hildebrantd. Y después, percibimos de lejos cómo envejecía, poco a poco, mientras llenaba de magia libros y libros que terminaban en las manos de los niños de fines del siglo XX.
Con el nuevo milenio, la vieja hada madrina inesperadamente empezó a perder su don, ya no la llamaban los editores, menos reconocían su trabajo las instituciones que tanto la reclamaron antaño. Es decir, la olvidaron.
En sus últimos años volvió a su origen: pintar cuadros para sobrevivir, vendiéndolos al que pagara lo que quiera o pueda. La pobreza fue la única amiga que le quedó después de regalar su genio a varias generaciones de lectores infantiles.
Nobuko Tadokoro, ha dejado de dibujar y pintar, ha muerto como mueren los artistas consecuentes: sin homenajes, sin reconocimiento de nadie, en el olvido, en medio de la miseria. Para ella no hubo carroza halada por caballos ni pompa, menos prensa alcahueta. ¿Será acaso porque no le cantaba a los bohemios de bares, sino regalaba su arte a los niños de la escuela?
Desde este rincón siempre te tendremos presente, Nobuko, la inolvidable artista de los niños, la de los dibujos candorosos y colores alborotadores, la madre original de la ilustración infantil peruana.