Estamos en plenas fiestas navideñas, muchos de nosotros vamos a pasar una agradable noche con nuestras familias, como debe ser. Pero no todos celebraremos la Navidad con sonrisas. Por ejemplo, estarán afligidos y lejos de sus seres amados aquellos que emigraron para trabajar, los presos, los hospitalizados, los policías, hasta los músicos como mi hermano. Es más, yo mismo no estaré contento del todo: un tío mío cumplirá un año de fallecido la misma Nochebuena. Es decir, daré abrazos de felicitaciones y pésames a la vez. Así es la vida.
Sin embargo, no hay nada más doloroso que ver morir niños, sea por enfermedad, pobreza, descuido, fatalidad, etc., y más cruel e indignante aún cuando mueren por decisión humana, o mejor dicho inferencia criminal.
El año pasado por estos días se inició, prácticamente ante nuestros ojos, una diabólica matanza. Mientras aún no salíamos de nuestra modorra por las fiestas de fin de año, unos asesinos con uniforme mataban sin misericordia niños inocentes. Era la masacre de Gaza. Guerra, le dicen los cobardes que avalaron a Israel y su invasión abusiva. Tanques y aviones F-16 israelíes contra piedras y botellas palestinas. Misiles y helicópteros “Apache”, contra coches halados por burros. A veces algún palestino se atrevía a lanzar viejos misiles desechados por otros países y que apenas alcanzaban alguna deshabitada granja israelí; los judíos respondían con efectivos proyectiles de última generación atacando ciudades hacinadas de civiles desarmados, entre los cuales había miles de niños inocentes.
Lo indignante es que veíamos cómo día a día morían estos pequeños de Gaza, sin que nadie frenara el infanticidio atroz. Fueron momentos terribles, los blogueros denunciábamos el hecho a cada momento pero al día siguiente aparecían más cuerpecitos destrozados o abaleados sin misericordia. Los israelíes haciendo honor a su padre, Herodes. De las 1,400 personas que mataron, más de tres centenares eran niños.
Sin embargo, no hay nada más doloroso que ver morir niños, sea por enfermedad, pobreza, descuido, fatalidad, etc., y más cruel e indignante aún cuando mueren por decisión humana, o mejor dicho inferencia criminal.
El año pasado por estos días se inició, prácticamente ante nuestros ojos, una diabólica matanza. Mientras aún no salíamos de nuestra modorra por las fiestas de fin de año, unos asesinos con uniforme mataban sin misericordia niños inocentes. Era la masacre de Gaza. Guerra, le dicen los cobardes que avalaron a Israel y su invasión abusiva. Tanques y aviones F-16 israelíes contra piedras y botellas palestinas. Misiles y helicópteros “Apache”, contra coches halados por burros. A veces algún palestino se atrevía a lanzar viejos misiles desechados por otros países y que apenas alcanzaban alguna deshabitada granja israelí; los judíos respondían con efectivos proyectiles de última generación atacando ciudades hacinadas de civiles desarmados, entre los cuales había miles de niños inocentes.
Lo indignante es que veíamos cómo día a día morían estos pequeños de Gaza, sin que nadie frenara el infanticidio atroz. Fueron momentos terribles, los blogueros denunciábamos el hecho a cada momento pero al día siguiente aparecían más cuerpecitos destrozados o abaleados sin misericordia. Los israelíes haciendo honor a su padre, Herodes. De las 1,400 personas que mataron, más de tres centenares eran niños.
Nadie podrá resucitar a estos niños sangrientamente sacrificados, pero nuestro deber es no olvidar quiénes fueron los asesinos, menos aún sus cómplices, y el blog "Adopta a un niño muerto" es el museo de la memoria que nunca vamos a borrar.
Por otro lado, este 29 de diciembre, miles de personas de diferentes países tratarán de entrar en la Franja de Gaza a través del paso fronterizo de Rafá, en Egipto, recordando este infausto aniversario. Se trata de la Marcha por la Libertad de Gaza, una iniciativa convocada por la Coalición Internacional para el Fin del Asedio Ilegal a Gaza.
Aquí en nuestro país, también tenemos muchísimos casos de niños desamparados que se pasarán la Nochebuena tan infelices como esos niños a miles de kilómetros de distancia, en Africa o Medio Oriente. Aunque, para ser sinceros, basta con ir a los cerros de Villa María o los arenales de Ventanilla para conocer de cerca cómo se muere de a pocos, sin necesidad de recibir un misil o un balazo desgraciado. ¡Feliz Navidad!
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