sábado, 31 de octubre de 2009

¿PROPIEDAD PRIVADA?


Hace unos días unos desadaptados barristas de la "U" provocaron la muerte de una joven que tuvo la mala suerte de cruzarse con ellos en un vehículo público. Paola Vargas, una recién graduada contadora fue empujada del carro cuando pretendía bajar porque no aguantó la falta de respeto de los energúmenos que acostumbran hacer de las suyas donde estén.
El resultado fue fatal, como lo han sido desde hace varios años los contínuos desmanes que provocan estos "hinchas" que dicen pertenecer a las barras bravas. Asesinatos, robos, daño a la propiedad pública y privada, etc., son el pan de cada día cuando hay partidos donde juegan los equipos de fútbol más tradicionales como la U, Alianza u otros; sea en Lima o provincias.
Para proteger a la sociedad, grandes contingentes de policías son ocupados en labores de resguardo dentro y fuera de los estadios y hasta sacan carros portatropas que acompañan las marchas de las barras desde cualquier punto.
El gasto público que ésto genera es fuerte, lo acaba de señalar el sociólogo Juan De la Puente en un programa de televisión. ¿Cómo es posible que el Estado tenga que despilfarrar en la protección de un negocio particular? ¿Acaso Burga y sus socios no reclaman que el gobierno no puede meter sus narices en el fútbol porque es privado? Entonces, ¿qué hace el Estado brindando servicio de seguridad a los equipos de fútbol y a sus barras?
El problema de las barras desbocadas empieza por lo básico: los clubes y su negocio por encima de la seguridad ciudadana. No les interesa lo que pase con los vecinos o transeúntes, eso es problema de la policía y si algo sucede -como el caso de Paola-, pues una alzada de hombros y a seguir programando otro partido.
Puesto que nadie puede intervenirlos, entonces obligémosle a que contraten seguridad privada, que sean responsables de lo que suceda dentro y fuera del estadio y de lo que hagan sus barras oficiales por donde se desplacen. De ese modo, los mismos clubes tomarán las medidas correctoras y controlarán, puesto que conocen a su gente, los desmanes. Para ello, pueden contratar guachimanes, o construir un equipo tipo serenazgo.
Y si estas instituciones o la misma Federación insisten en utilizar a la policía, pues pongámoles condiciones como: estar obligados a brindar información sobre sus barras, empadronarlas, hacer donaciones para equipar mejor a los agentes policiales y, principalmente, permitir transparencia en su manejo dirigencial dejando que les hagan auditoría cuando sea necesario; si no aceptan, pues que se queden sin la seguridad gratis que hasta ahora le brinda la policía. A ver si los municipios o Defensa Civil le otorgan permiso para jugar aunque sea una pichaguita.

viernes, 23 de octubre de 2009

¿SER ANTIABORTISTA ES SER UN REACCIONARIO?


En los últimos días se han dado opiniones, encuestas, discusiones a todo nivel en torno al controversial tema de la legalización del aborto. Los representantes de cada parte han expuesto hasta el cansancio sus razones, algunas intolerantes, otras comprensivas y la mayoría inconsecuentes con sus principios.
Esta discusión ha estereotipado a los antagonistas: Aquellos defensores del aborto, bajo cualquiera de sus modalidades, que mayormente son los intelectuales o progresistas -conocidos como gente de izquierda-; mientras los que están en contra son los conservadores y religiosos -llamados también reaccionarios-. Esta elemental forma de agrupar a la gente por su ideología es peligrosa porque nos aleja de un verdadero análisis de quiénes están a favor y quiénes en contra.
En primer lugar, la defensa de los más pobres, la justicia social, la igualdad de derechos, la inclusión de los discriminados, la defensa de la vida de los débiles, o, simplemente, el cambio de este sistema por otro más justo y humano, son características que identifican a los progresistas e intelectuales. Pero en el tema del aborto, de pronto, muchos de estos intelectuales cambian. Se convierten en defensores a ultranza del facilismo, del conformismo, de la solución rápida y sin esfuerzo: el aborto. Para ellos es la panacea que solucionará las violaciones, la miseria, la salud, y, un poco más, el cambio de las estructuras de un mundo tan injusto. La verdad es que estos intelectuales se convierten en más reaccionarios que los liberales pues ¿cómo podemos llamar a los que apoyan pisotear los derechos de los indefensos en pro del bienestar de otro? Esto es lo que se propugna con el aborto: que un ser humano pueda hacer lo que quiera contra otro más débil (e inocente de los hechos) que no puede reclamar su derecho a vivir. El sistema funcionando en todo su esplendor.
Por el otro lado, los conservadores se rasgan las vestiduras, dicen que el aborto es un asesinato y que Dios no lo permite. Estos son tan incongruentes como los primeros, protegen la desigualdad y explotación humana, permiten la pobreza y guerras, se hacen los ciegos ante la injusticia y luego resultan defensores de los desamparados. Estos antiabortistas no actúan por principios morales, sino por conveniencia, por apariencia o por proteger a su aliada la Iglesia.
Al margen de estas dos posiciones existe gente que cree en la vida, sin tapujos ni poses. Principistamente cree que la pobreza y el sufrimiento deben ser erradicados, que debemos luchar contra la exclusión, la injusticia y por la ecología; pelear a brazo partido contra el abuso y la explotación humana, contra el abandono de nuestros hermanos de la sierra y selva. Por eso mismo, hay que proteger el derecho de los que no pueden defenderse; es un deber estar en contra del aborto pues es la demostración de consecuencia con esos ideales.
Es reconfortante que una encuesta publicada por La República a desnudado las verdaderas posiciones de la gente: Los ricos, los conservadores, las clases pudientes, están a favor del aborto; los pobres, las clases excluidas, están en contra. Ello demuestra dos cosas: que los ricos nunca abandonarán su mentalidad egoísta, ajenos al sacrificio por los demás. En cambio, los pobres, así tengan que tragar tierra, tienen espíritu solidario para respetar el derecho a vivir de seres más indefensos que ellos.
Y para aquellos que dicen que la legalización favorecerá a las mujeres más pobres, téngalo por seguro que no, porque ellas seguirán atendiéndose en las condiciones más deplorables de un hospital del Estado, a su cuenta y riesgo. En cambio las mujeres pudientes si estarán felices porque seguirán atendiéndose muy seguras en clínicas particulares, con la diferencia que ahora ya no estarán cometiendo un delito.
Para aquellos que dicen que el pueblo actúa por presión de la Iglesia o ignorancia, vean el ejemplo de ese humilde padre colombiano que perdonó la vida de su nieto, producto de una violación a su hija de once años.
En caso de legalizarse el aborto, sólo se beneficiarán los irresponsables y los violadores. Porque en el primer caso, ya nadie les pondrá reparos a sus "equivocaciones" y los violadores se salvarán de mantener niños para toda su vida. Mientras, el Estado se evitará gastos sociales y no aumentará la "superpoblación" peruana.

sábado, 10 de octubre de 2009

SI ESTUVIESE VIVO


Hoy, si estuviese vivo, Kenule Beeson Saro-Wiwa, hubiera cumplido 68 años, edad de madurez esplendorosa para un escritor. Hoy, si estuviese vivo, digo nada más, quizás habría estado presentando un nuevo libro o, seguramente, estaría tras de una cámara de televisión produciendo algún documental. Pero no, Ken Saro-Wiwa fue ahorcado como un vil delincuente hace 14 años. Su delito: enfrentarse al poder de la dictadura de su patria, Nigeria, y, sobre todo, enfrentarse al poder del dinero de la Shell.
Además de escritor y periodista, Ken era un activista en favor de los derechos de los pueblos nativos y la ecología de la selva nigeriana. Como tal, representaba al Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP), que estaba enfrentado a la prepotencia de la Royal Dutch Shell, la cual hacía extracciones petroleras en el delta del Níger desde 1958, cuando pertenecía aún a la colonia inglesa.
Ken Saro-Wiwa se oponía férreamente a los abusos de esta petrolera anglo-holandesa que venía destruyendo impunemente el hábitat del pueblo Ogoni, al cual él pertenecía orgullosamente. Sus protestas fueron contestadas por el gobierno en forma brutal, en donde mueren más de dos mil activistas. Se prohibió el acceso a periodistas de cualquier medio de comunicación nacional o extranjero para ocultar la verdad.
De pronto, Ken termina envuelto en una trampa: son asesinados cuatro dirigentes ogoni -muy familiar el estilo-, lo culpan y toman preso. Lo aislan, torturan y condenan a muerte junto con otros compañeros. La dictadura nigeriana cumple la sentencia el 10 de noviembre de 1995.
El escándalo y la protesta de la opinión pública conciente hizo que la Shell saliera de ese país. Después de una década de juicios y demandas que ha terminado en el tribunal de Mannhattan, Nueva York, la poderosa petrolera ha aceptado pagar una idemnización de 11 millones de Euros; de esa manera se salva de ser incluido en el juicio por violación a los derechos humanos y asesinato de este noble guerrero de la ecología.
El vocero de esta transnacional, Malcolm Brinded dijo: "Aunque estábamos preparados para ir a juicio y limpiar nuestro nombre, creemos que la forma correcta de seguir adelante es centrarnos en el futuro del pueblo ogoni, importante para la paz y la estabilidad y la región". Una excusa, un miedo a que los hallen culpables.
Sin embargo, ese dinero es apenas una migaja para una empresa que llega a tener utilidades anuales de 30 mil millones de dólares. Una irrisoria suma que no compensará jamás el sacrificio de este hombre de color.
Si Ken Saro-Wiwa estuviera vivo, andaría por la jungla luchando aún por los desdichados; pero ¿hubiese sido premiado por la Academia Nóbel?
Mientras tanto, hoy mismo, día de su cumpleaños, el mundo entero se sorprende con la noticia que el Premio Nóbel de la Paz se la otorgan a otro negro: un Obama engordado de demagogia, paralizado de verborrea y reducido a una marioneta que se mueve al compás de sus titereteros.

jueves, 1 de octubre de 2009

¡¡FELIZ DÍA!!


Este primero de octubre les deseamos un feliz día a todos los hombres de prensa que trabajan en un medio formal -o tal vez informal- rompiéndose el alma en busca de la noticia del día.
Un homenaje sincero a aquellos que no olvidan la esencia de su tarea: buscar la verdad y decirla sin tapujos ni parámetros; hombres y mujeres que seguramente viven desempleados la mayor parte de las veces por ser consecuentes con su conciencia, aún a costa de su bienestar económico y social.
Saludos a los blogueros que desarrollan el periodismo de hormiga, aquél que nadie entiende porque creen que ser "periodista" es sólo asomar sus caras en los noticieros o firmar sus nombres en un artículo de algún diario importante.
Porque, señores, el periodismo es una carrera muy especial, su objetivo no es sólo ganar dinero a costa de servir con el lomo al suelo, ni de vender su lengua al mejor postor. Tampoco es una carrera de improvisados o advenedizos; peor aún, no es un oficio alternativo para desempleados de otras profesiones.
El título de periodista hay que ganarlo a brazo partido y manos limpias, desde la universidad, estudiando, leyendo, investigando, desmenuzando cursos y temas que nos enseñen a comprender universalmente al mundo, a entender la política, el deporte, la sociología, el humor, el arte o cualquier otra actividad en donde uno se desempeñará.
El más grande mal de la profesión es, justamente, la ignorancia, la falta de criterio que todo hecho o noticia tiene un origen y un objetivo que hay que investigar con responsabilidad para evitar los comentarios facilistas o elementales que hacen que la opinión pública termine viendo sólo lo superficial de los hechos y nunca los analice. Los resultados son fatales: gente sin conciencia social ni política, borregos que van al matadero sin saberlo, desmemoriados que repiten los mismos errores y zamarros que se aprovecha de ello.
Por eso el trabajo del periodista es importante; y por eso también es peligroso.
Y, finalmente, aunque debía ser al principio, un reconocimiento sincero a los periodistas muertos en acción, aquellos mártires que cayeron atrincherados en la barricada de la verdad.