sábado, 30 de enero de 2010

¿EL TÚNEL DEL TIEMPO DE LA PRENSA RECICLADA? II

En nuestra anterior columna dijimos que la orquesta mediática ya está conformada. De hecho, la prensa peruana apuesta por el neoliberalismo, no interesa quien la represente, Lourdes Flores, Castañeda Lossio, Kouri, Keiko Fujimori, Kuczynski, Bayly, etc.; tampoco interesa sus antecedentes criticables u oscuros, siempre en cuando respeten el sistema y a sus privilegiados exponentes.
También señalamos que a aquellos escasos defensores de una verdadera prensa plural y democrática, los tenían cercados, quitándoles canales de difusión. Gallitos de pelea como César Hildebrandt que da batalla aún, y a quien apoyamos porque creemos en una prensa diferente a esta que nos embrutece. Es por eso que nos atrevimos a reproducir -cosa que rara vez hacemos- parte de su artículo publicado en la Primera del sábado 30 de enero:

"Vivimos una mala época. Vivimos un momento histórico en que la mayor parte de la prensa es parte del problema y no de la solución. Y no sólo aquí, sino en muchas partes del mundo.La gran prensa parece comprometida con un nuevo pacto universal: las leyes del mercado no se deben discutir, el neoliberalismo sin compasión no se debe discutir, la hegemonía de una sola potencia no se debe discutir.Lo que antes era una propuesta de los ricos para que nada cambiara pretende pasar hoy por receta mundial y panacea cósmica.Los que antes juraban que el mundo podía ser mejor si hubiera más humanismo y más justicia, hoy llaman idiotas a quienes no piensan como ellos. Y hay un idiota llamado Álvaro Vargas Llosa que le pide a su papi que le haga propaganda a sus libros y su papi se la hace y, de paso, llama idiota también a Noam Chomsky, ejemplo de intelectual comprometido con las buenas causas, o sea con las causas perdidas.
Parece un shakespereano cuento de locos contado por idiotas, pero ahora resulta que hay gente que insiste en que la historia ha terminado, que el neoliberalismo es la máxima creación del cerebro humano y que las invasiones y brutalidades del imperio son injerencias democráticas, excursiones civilizadoras y masacres pedagógicas hechas en nombre de Dios.
Bueno, Sartre, el brillante Sartre, también pensó que el marxismo era la filosofía insuperable de su época y miren en qué acabó el marxismo: en Boris Yeltsin borracho celebrando la extinción de su país.
Sucederá lo mismo esta vez. Pero sucederá a pesar de la gran prensa, comprometida hasta el tuétano con los intereses corporativos mundiales, vendedora de conformismo, cobra que quiere hipnotizarnos y hacernos creer que los pobres son una realidad irremediable, que el Estado debe empequeñecerse hasta casi desaparecer, que el TLC con los Estados Unidos es magnífico para todos y que libertad y mercado son socios de la misma aventura posmoderna.
La gran prensa no tiene ahora otra responsabilidad social que la apuesta corporativa por el statu quo. Esa perspectiva dicta sus coberturas, maneja sus editoriales, califica a sus colaboradores y aconseja sus silencios.
La gran prensa ha llegado a la conclusión interesada de que el mundo, en esencia, está mejor que nunca y que sólo merece, acaso, ciertos retoques. Es por eso que sólo hace cuestionamientos secundarios, anecdóticos y banales sobre el sistema económico que ancla a los pobres en su pobreza. La gran prensa, en suma, es parte del sistema mundial de dominación. Puede cuestionar, hablando del mundo, que Obama envíe 20,000 soldados más al frente de Irak pero jamás discutirá la naturaleza criminal y petrolífera de la invasión norteamericana sobre Irak. Puede cuestionar, hablando del Perú, una licitación más o menos tronante pero jamás cuestionará este sistema que le permite al señor Dionisio Romero elegir el tribunal que lo habrá de juzgar y salir absuelto de cara a los mismos hechos que enviaron a la cárcel a otros.
La gran prensa está en eso de que la búsqueda ha terminado. Es una prensa que se ha hecho parte del poder. Es el pesebre que terminó en el Osservattore Romano, la pregunta que dejó de interrogar, el cuestionamiento que derivó en silencio."

Este es el César Hildebrandt que respetamos, el que abandera a aquellos hombres de prensa desplazados, amordazados, espectorados de la gran prensa "formal" porque no se doblegan a las órdenes de los patrones. Él es un monumento vivo a la memoria de aquellos periodistas que jamás permitirán ingresar a El Comercio, ni conducir un programa periodístico en canal 4.

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